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ASSATA SHAKUR
Credito: Nevillecu.com
De
Michael Brown a Assata Shakur, la activista negra refugiada en Cuba
5 Dic. 2014 - Se decía que el primer presidente negro de EEUU traería
una nueva era postracial. Pero las muertes -nada excepcionales- de los jóvenes
negros Trayvon Martín en Florida y Michael Brown en Ferguson a manos de
policías blancos... apuntan a lo contrario.
Basado en un texto de Angela Davis - The Guardian / Progreso Semanal
(Miami).
Aunque la violencia racista estatal ha sido un tema constante en la
historia de gente de ascendencia africana en Norteamérica, se ha convertido en
algo de particular interés durante la administración del primer presidente
afronorteamericano, cuya misma elección fue ampliamente interpretada como el
anuncio de una nueva era postracial.
La pura persistencia de la muerte de jóvenes negros a manos de la
policía contradice la suposición de que estas son aberraciones aisladas.
Trayvon Martin en la Florida y Michael Brown en Ferguson, Missouri, son solo
los más conocidos de incontables personas negras muertas por la policía o por
parapoliciales durante la administración Obama. Y ellos, a su vez, representan
un flujo constante de violencia racial, tanto oficial como extralegal, desde
las patrullas de esclavos y el Ku Klux Klan, hasta la práctica contemporánea de
perfiles raciales y los actuales “vigilantes”.
Hace más de tres décadas, Assata Shakur obtuvo asilo político en Cuba,
donde desde entonces ha vivido, estudiado y trabajado como miembro productivo
de la sociedad. A principios de la década de 1970, Assata fue acusada
falsamente en numerosas ocasiones en Estados Unidos y vilipendiada por los
medios. La presentaban en términos sexistas como la “madre gallina” del
Ejército Negro de Liberación, el cual a su vez era retratado como un grupo con
insaciables tendencias violentas. Colocada en la lista de Los Más Buscados del
FBI, fue acusada de robo a mano armada, robo de banco, secuestro, asesinato e
intento de asesinato de un policía. Aunque se enfrentaba a 10 procesos
judiciales diferentes, y ya había sido declarada culpable por los medios, todos
los juicios, excepto uno –el caso como resultado de su captura– terminó con un
veredicto de absolución, jurado disuelto por desacuerdo o desestimación por el
tribunal. Bajo circunstancias muy cuestionables, finalmente fue condenada como
cómplice en el asesinato de un policía estatal de Nueva Jersey.
Cuatro décadas después de la campaña original en su contra, el FBI
decidió demonizarla una vez más. El año pasado, en el 40 aniversario del
tiroteo de la autopista de Nueva Jersey en el que murió el policía estatal
Wertner Foerster, Assata fue añadida ceremoniosamente a la lista de los Diez
Terroristas Más Buscados. Para muchos, esta acción por parte del FBI fue
grotesca e incomprensible, lo que nos lleva a la pregunta evidente: ¿qué
interés puede tener el FBI en designar como uno de los terroristas más
peligrosos del mundo – compartiendo el espacio en la lista con individuos cuyas
supuestas acciones han provocado asaltos militares a Iraq, Afganistán y Siria–
a una mujer negra de 66 años que ha vivido tranquilamente en Cuba durante las
últimas tres décadas y media?
Una respuesta parcial a esta pregunta –quizás incluso
determinante–puede ser descubierta en la ampliación espacial y temporal del
alcance de la definición de “terror”.
Después de la designación de Nelson Mandela y el Congreso Nacional
Africano como “terroristas” por parte del gobierno sudafricano del apartheid,
el término fue aplicado ampliamente a los activistas negros de liberación
durante finales de la década de 1960 y principios de 1970.
La retórica del presidente Nixon acerca de la ley y el orden implicaba
etiquetar como terrorista al Partido Pantera Negra, y a mí también se me
identificó de la misma manera. Pero no fue hasta que George W. Bush proclamó la
guerra al terror después del 11 de septiembre de 2001 que los terroristas
llegaron a representar al enemigo universal de la “democracia” occidental.
Implicar retroactivamente a Assata Shakur en una putativa conspiración
terrorista contemporánea es también situar bajo el paraguas de “violencia
terrorista” a los que han heredado su legado y que se identifican con la lucha
constante contra el racismo y el capitalismo. Es más, el anticomunismo
histórico dirigido contra Cuba, donde Assata vive, ha estado peligrosamente
articulado con el antiterrorismo. El caso de los Cinco de Cuba es un excelente
ejemplo de esto.
Este uso de la guerra al terror como amplia designación del proyecto de
democracia occidental del siglo 21 ha servido como justificación del racismo
antimusulmán; ha legitimizado aún más la ocupación israelí de Palestina; ha
redefinido la represión de inmigrantes; y ha llevado indirectamente a la
militarización de los departamentos locales de policía de todo el país. Los
departamentos de policía –incluyendo los de los campus universitarios– han
adquirido equipos excedentes de las guerras de Iraq y Afganistán por medio del
Programa de Exceso de Propiedad del Departamento de Defensa. Así, en respuesta
a la reciente muerte de Michael Brown por la policía, los manifestantes que
desafiaron la violencia racista policiaca fueron enfrentados por agentes de
policía vestidos con uniformes de camuflaje, portando armamento militar y
conduciendo vehículos blindados.
La respuesta global a la muerte por la policía de un adolescente negro
en un pequeño pueblo del Medio Oeste, sugiere la concientización creciente en
relación con la persistencia del racismo norteamericano en momentos en que ese
supone que está en decadencia. El legado de Assata representa un mandato para
ampliar y profundizar las luchas antirracistas. En su autobiografía publicada
este año, al evocar la tradición radical negra de lucha, ella nos pide
“Continuarla. / Entregársela a los hijos. / Pasarla a otras generaciones. /
Continuarla…/ ¡Hasta la Libertad!”
* Angela Davis es Profesora Distinguida Emérita de Historia de la
Concientización y Estudios Feministas en la Universidad de California, Santa
Cruz. Ella escribió el prólogo de Assata: una autobiografía.
(Tomado de The Guardian. Traducido por Progreso Semanal)
De
Michael Brown a Assata Shakur, la activista negra refugiada en Cuba
5 Dic. 2014 - Se decía que el primer presidente negro de EEUU traería
una nueva era postracial. Pero las muertes -nada excepcionales- de los jóvenes
negros Trayvon Martín en Florida y Michael Brown en Ferguson a manos de
policías blancos... apuntan a lo contrario.
Basado en un texto de Angela Davis - The Guardian / Progreso Semanal
(Miami).
Aunque la violencia racista estatal ha sido un tema constante en la
historia de gente de ascendencia africana en Norteamérica, se ha convertido en
algo de particular interés durante la administración del primer presidente
afronorteamericano, cuya misma elección fue ampliamente interpretada como el
anuncio de una nueva era postracial.
La pura persistencia de la muerte de jóvenes negros a manos de la
policía contradice la suposición de que estas son aberraciones aisladas.
Trayvon Martin en la Florida y Michael Brown en Ferguson, Missouri, son solo
los más conocidos de incontables personas negras muertas por la policía o por
parapoliciales durante la administración Obama. Y ellos, a su vez, representan
un flujo constante de violencia racial, tanto oficial como extralegal, desde
las patrullas de esclavos y el Ku Klux Klan, hasta la práctica contemporánea de
perfiles raciales y los actuales “vigilantes”.
Hace más de tres décadas, Assata Shakur obtuvo asilo político en Cuba,
donde desde entonces ha vivido, estudiado y trabajado como miembro productivo
de la sociedad. A principios de la década de 1970, Assata fue acusada
falsamente en numerosas ocasiones en Estados Unidos y vilipendiada por los
medios. La presentaban en términos sexistas como la “madre gallina” del
Ejército Negro de Liberación, el cual a su vez era retratado como un grupo con
insaciables tendencias violentas. Colocada en la lista de Los Más Buscados del
FBI, fue acusada de robo a mano armada, robo de banco, secuestro, asesinato e
intento de asesinato de un policía. Aunque se enfrentaba a 10 procesos
judiciales diferentes, y ya había sido declarada culpable por los medios, todos
los juicios, excepto uno –el caso como resultado de su captura– terminó con un
veredicto de absolución, jurado disuelto por desacuerdo o desestimación por el
tribunal. Bajo circunstancias muy cuestionables, finalmente fue condenada como
cómplice en el asesinato de un policía estatal de Nueva Jersey.
Cuatro décadas después de la campaña original en su contra, el FBI
decidió demonizarla una vez más. El año pasado, en el 40 aniversario del
tiroteo de la autopista de Nueva Jersey en el que murió el policía estatal
Wertner Foerster, Assata fue añadida ceremoniosamente a la lista de los Diez
Terroristas Más Buscados. Para muchos, esta acción por parte del FBI fue
grotesca e incomprensible, lo que nos lleva a la pregunta evidente: ¿qué
interés puede tener el FBI en designar como uno de los terroristas más
peligrosos del mundo – compartiendo el espacio en la lista con individuos cuyas
supuestas acciones han provocado asaltos militares a Iraq, Afganistán y Siria–
a una mujer negra de 66 años que ha vivido tranquilamente en Cuba durante las
últimas tres décadas y media?
Una respuesta parcial a esta pregunta –quizás incluso
determinante–puede ser descubierta en la ampliación espacial y temporal del
alcance de la definición de “terror”.
Después de la designación de Nelson Mandela y el Congreso Nacional
Africano como “terroristas” por parte del gobierno sudafricano del apartheid,
el término fue aplicado ampliamente a los activistas negros de liberación
durante finales de la década de 1960 y principios de 1970.
La retórica del presidente Nixon acerca de la ley y el orden implicaba
etiquetar como terrorista al Partido Pantera Negra, y a mí también se me
identificó de la misma manera. Pero no fue hasta que George W. Bush proclamó la
guerra al terror después del 11 de septiembre de 2001 que los terroristas
llegaron a representar al enemigo universal de la “democracia” occidental.
Implicar retroactivamente a Assata Shakur en una putativa conspiración
terrorista contemporánea es también situar bajo el paraguas de “violencia
terrorista” a los que han heredado su legado y que se identifican con la lucha
constante contra el racismo y el capitalismo. Es más, el anticomunismo
histórico dirigido contra Cuba, donde Assata vive, ha estado peligrosamente
articulado con el antiterrorismo. El caso de los Cinco de Cuba es un excelente
ejemplo de esto.
Este uso de la guerra al terror como amplia designación del proyecto de
democracia occidental del siglo 21 ha servido como justificación del racismo
antimusulmán; ha legitimizado aún más la ocupación israelí de Palestina; ha
redefinido la represión de inmigrantes; y ha llevado indirectamente a la
militarización de los departamentos locales de policía de todo el país. Los
departamentos de policía –incluyendo los de los campus universitarios– han
adquirido equipos excedentes de las guerras de Iraq y Afganistán por medio del
Programa de Exceso de Propiedad del Departamento de Defensa. Así, en respuesta
a la reciente muerte de Michael Brown por la policía, los manifestantes que
desafiaron la violencia racista policiaca fueron enfrentados por agentes de
policía vestidos con uniformes de camuflaje, portando armamento militar y
conduciendo vehículos blindados.
La respuesta global a la muerte por la policía de un adolescente negro
en un pequeño pueblo del Medio Oeste, sugiere la concientización creciente en
relación con la persistencia del racismo norteamericano en momentos en que ese
supone que está en decadencia. El legado de Assata representa un mandato para
ampliar y profundizar las luchas antirracistas. En su autobiografía publicada
este año, al evocar la tradición radical negra de lucha, ella nos pide
“Continuarla. / Entregársela a los hijos. / Pasarla a otras generaciones. /
Continuarla…/ ¡Hasta la Libertad!”
* Angela Davis es Profesora Distinguida Emérita de Historia de la
Concientización y Estudios Feministas en la Universidad de California, Santa
Cruz. Ella escribió el prólogo de Assata: una autobiografía.
(Tomado de The Guardian. Traducido por Progreso Semanal)